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De los Andes hasta Pará : Ecuador, Perú, Amazonas 🔍
Instituto Francés de Estudios Andinos : Banco Central de Reserva del Perú, 2020
por Marcel Monnier; dibujos de G. Profit según los esbozos y fotografías del autor; traducción al español por Edgardo Rivera Martínez 🔍
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Las notas que siguen, tomadas de mi diario de viaje, se refieren a los principales episodios de un recorrido realizado en 1886-1887, a través del continente sudamericano, del Pacífico al Atlántico, de la costa del Perú a la desembocadura del río Amazonas. [...] No queda ninguna América por descubrir. ¿Cuántos, desde hace tres siglos, han escalado la cordillera y descendido en balsas o piraguas por los afluentes del rey de los ríos? Aventureros en busca de un El Dorado, misioneros intrépidos, hombres de espadas, hombres de fe, hombres de ciencia. [...] No sé qué filósofo ha dicho que los descubrimientos en su mayoría no son más que antiguas verdades perdidas y reencontradas. Sin llevar tan lejos la paradoja, hay que reconocer que, a menudo, el explorador moderno se limitará a observar lo que otros ya han visto. Sin embargo, si los itinerarios se cruzan en el mapa, esa vasta red no es tan densa como para que no sea posible pasar entre sus mallas. En un comienzo me había propuesto partir de las mesetas del Ecuador y bajar a la cuenca del Amazonas siguiendo el valle del río Pastaza. [...] Por desgracia, el volcán Tunguragua [...], se había reanimado de pronto unas semanas solamente antes de mi llegada (enero de 1886). [...] debí renunciar a organizar la expedición en este sentido, y me hizo tomar la decisión de intentar la travesía del continente tomando como punto de partida la costa peruana. El orden en que se presentan estas notas testimonia estos bruscos cambios de dirección impuestos por las circunstancias. Corresponde, por lo demás, a las grandes divisiones del país: la costa, muchas veces descrita, la Cordillera, y, en fin, la región amazónica. Marcel Monnier
Las notas que siguen, tomadas de mi diario de viaje, se refieren a los principales episodios de un recorrido realizado en 1886-1887, a través del continente sudamericano, del Pacífico al Atlántico, de la costa del Perú a la desembocadura del río Amazonas. Me fue posible culminar exitosamente una empresa que, en razón de mi absoluto aislamiento, ofrecía pocas posibilidades de éxito. Quizás incluso la situación misma de un europeo librado a sus solos recursos, sin otros compañeros que los indígenas reclutados en el recorrido, constituye si no el mérito, al menos la originalidad de la tentativa, y el motivo de la atención simpática que se me ha testimoniado desde mi retorno a Francia. No queda ninguna América por descubrir. ¿Cuántos, desde hace tres siglos, han escalado la cordillera y descendido en balsas o piraguas por los afluentes del rey de los ríos? Aventureros en busca de un El Dorado, misioneros intrépidos, hombres de espadas, hombres de fe, hombres de ciencia. En la lista, ya larga, Francia cuenta con numerosos hijos suyos y más de un mártir. El campo de las investigaciones se estrecha de día en día, la era de las grandes aventuras llega a su fin. Las lagunas de los antiguos mapas desaparecen poco a poco, y sería muy temerario aquel que, desdeñando los senderos ya recorridos, pretendería abrir su camino sólo a través de lo desconocido. No sé qué filósofo ha dicho que los descubrimientos en su mayoría no son más que antiguas verdades perdidas y reencontradas. Sin llevar tan lejos la paradoja, hay que reconocer que, a menudo, el explorador moderno se limitará a observar lo que otros ya han visto. Sin embargo, si los itinerarios se cruzan en el mapa, esa vasta red no es tan densa como para que no sea posible pasar entre sus mallas. Por lo demás, América, que pronto no tendrá secretos para el geógrafo, reserva aún para el naturalista tesoros escondidos, y para el etnógrafo largas veladas. La investigación relativa a la genealogía de sus razas permanece aún abierta. ¿Qué parte del viejo mundo fue su cuna? En vano se ha interrogado hasta ahora las ruinas colosales y el polvo de las huacas profanadas. Nadie nos ha dado la clave del enigma, sólo ingeniosas conjeturas, nada más. Por largo tiempo aún, los cráneos, los monumentos, las rocas cubiertas con inscripciones extrañas, las similitudes de los idiomas, las tradiciones indígenas, ocuparán los tiempos libres del erudito y la atención de los académicos. América, a este respecto, sigue siendo todavía la tierra del misterio. Por lo demás, el presente volumen no pretende acelerar la solución de estos importantes problemas. No hay que ver en él sino un esbozo muy sincero de la vida de un viajero solitario. No disimulará sus sufrimientos; se esforzará en cambio en expresar el penetrante encanto de todo ello. No es solamente el prestigio de los nuevos horizontes y las dificultades vencidas que lo seducen a uno cuando, en medio de la floración más completa de la naturaleza tropical, se siguen, durante meses, los misteriosos meandros de los ríos amazónicos. El viajero, en el silencio de las jornadas luminosas, en los turbadores rumores de las noches, piensa en las transformaciones que sufrirá este suelo virgen. Trata de desenredar los recursos y los obstáculos que reservan a la empresa europea estos dominios del indio errante y del baquiano de los bosques, y cuyo esplendor hacía decir a Humboldt, hace más de medio siglo, que la creación parecía haber preparado allí el último asilo del hombre, la cuna de una civilización por venir. Piensa que se abrirán vías de penetración, caminos, en esta selva donde ahora es tan difícil abrirse paso, donde él sufrió y a veces desesperó; que las embarcaciones a vapor remontarán el río hoy desierto; y que, ¿quién lo sabe?, se elevará tal vez una ciudad en el fondo del ancón solitario en el que se acaba de preparar el campamento del anochecer. En una expedición de este tipo, el azar desempeña por fuerza un gran papel, y obstáculos imprevistos me obligaron más de una vez a modificar mi itinerario. En un comienzo me había propuesto partir de las mesetas del Ecuador y bajar a la cuenca del Amazonas siguiendo el valle del río Pastaza. Este gran río aún no ha sido en absoluto explorado de una manera completa, como los demás cursos de agua de la misma vertiente: el Morona, el Isa, el Tigre, el Napo, el Yapurá, sucesivamente visitados por Osculati, Crevaux, Orton, Simpson, Wiener, etc. De ahí mi deseo de tomar esta vía. Por desgracia, el volcán Tunguragua, que domina precisamente las fuentes del Pastaza, y cuya última erupción se remontaba a 1797, se había reanimado de pronto unas semanas solamente antes de mi llegada (enero de 1886). Toda la región circunvecina, en un radio de treinta leguas, había sufrido más o menos por ello. La emoción suscitada por el desastre en las poblaciones de gestiones infructuosas, debí renunciar a organizar la expedición en este sentido, y me hizo tomar la decisión de intentar la travesía del continente tomando como punto de partida la costa peruana. El orden en que se presentan estas notas testimonia estos bruscos cambios de dirección impuestos por las circunstancias. Corresponde, por lo demás, a las grandes divisiones del país: la costa, muchas veces descrita, la Cordillera, y, en fin, la región amazónica. Permítaseme, al principio de este libro, consagrar un recuerdo a aquellos cuyas simpatías me ayudaron en mi azarosa ruta. Están lejos. Muchos de ellos no podrían descifrar estas líneas, y tengo escasas posibilidades de volverlos a ver. Pero si alguna vez alguna de estas páginas llega más allá de los mares, quisiera que fuese portadora de la expresión de mi gratitud a los amigos dejados en las tierras peruanas, cuya hospitalidad me fue tan grata. La he recibido por doquiera, en la costa como en la sierra, en la hacienda rica o en la modesta, en casa del humilde sacerdote, en la tienda del comerciante, en la cabaña de tapia del pobre cholo. No pueden dejar de tener derecho a mi reconocimiento los compañeros reclutados en el fondo de los bosques, a lo largo de los ríos. Si más de una vez su carácter sombrío, su indolencia, pusieron a ruda prueba mi paciencia, yo no podría, por tan poco, guardar rencor a estos niños grandes, que no conocen el precio de las horas. En muchas ocasiones sus errores fueron recompensados por una docilidad, una confianza ingenua, una energía pronta a todos los sacrificios. Cualesquiera que sean su raza, su color y su lengua, que Dios los conserve, a esos amigos de una hora, a quienes debo haber olvidado por momentos la distancia en que me encontraba de los míos, los obstáculos acumulados, el porvenir sombrío —¡a quienes más de una vez debí la vida!—. M. M
Las notas que siguen, tomadas de mi diario de viaje, se refieren a los principales episodios de un recorrido realizado en 1886-1887, a través del continente sudamericano, del Pacífico al Atlántico, de la costa del Perú a la desembocadura del río Amazonas. Me fue posible culminar exitosamente una empresa que, en razón de mi absoluto aislamiento, ofrecía pocas posibilidades de éxito. Quizás incluso la situación misma de un europeo librado a sus solos recursos, sin otros compañeros que los indígenas reclutados en el recorrido, constituye si no el mérito, al menos la originalidad de la tentativa, y el motivo de la atención simpática que se me ha testimoniado desde mi retorno a Francia. No queda ninguna América por descubrir. ¿Cuántos, desde hace tres siglos, han escalado la cordillera y descendido en balsas o piraguas por los afluentes del rey de los ríos? Aventureros en busca de un El Dorado, misioneros intrépidos, hombres de espadas, hombres de fe, hombres de ciencia. En la lista, ya larga, Francia cuenta con numerosos hijos suyos y más de un mártir. El campo de las investigaciones se estrecha de día en día, la era de las grandes aventuras llega a su fin. Las lagunas de los antiguos mapas desaparecen poco a poco, y sería muy temerario aquel que, desdeñando los senderos ya recorridos, pretendería abrir su camino sólo a través de lo desconocido. No sé qué filósofo ha dicho que los descubrimientos en su mayoría no son más que antiguas verdades perdidas y reencontradas. Sin llevar tan lejos la paradoja, hay que reconocer que, a menudo, el explorador moderno se limitará a observar lo que otros ya han visto. Sin embargo, si los itinerarios se cruzan en el mapa, esa vasta red no es tan densa como para que no sea posible pasar entre sus mallas. Por lo demás, América, que pronto no tendrá secretos para el geógrafo, reserva aún para el naturalista tesoros escondidos, y para el etnógrafo largas veladas. La investigación relativa a la genealogía de sus razas permanece aún abierta. ¿Qué parte del viejo mundo fue su cuna? En vano se ha interrogado hasta ahora las ruinas colosales y el polvo de las huacas profanadas. Nadie nos ha dado la clave del enigma, sólo ingeniosas conjeturas, nada más. Por largo tiempo aún, los cráneos, los monumentos, las rocas cubiertas con inscripciones extrañas, las similitudes de los idiomas, las tradiciones indígenas, ocuparán los tiempos libres del erudito y la atención de los académicos. América, a este respecto, sigue siendo todavía la tierra del misterio. Por lo demás, el presente volumen no pretende acelerar la solución de estos importantes problemas. No hay que ver en él sino un esbozo muy sincero de la vida de un viajero solitario. No disimulará sus sufrimientos; se esforzará en cambio en expresar el penetrante encanto de todo ello. No es solamente el prestigio de los nuevos horizontes y las dificultades vencidas que lo seducen a uno cuando, en medio de la floración más completa de la naturaleza tropical, se siguen, durante meses, los misteriosos meandros de los ríos amazónicos. El viajero, en el silencio de las jornadas luminosas, en los turbadores rumores de las noches, piensa en las transformaciones que sufrirá este suelo virgen. Trata de desenredar los recursos y los obstáculos que reservan a la empresa europea estos dominios del indio errante y del baquiano de los bosques, y cuyo esplendor hacía decir a Humboldt, hace más de medio siglo, que la creación parecía haber preparado allí el último asilo del hombre, la cuna de una civilización por venir. Piensa que se abrirán vías de penetración, caminos, en esta selva donde ahora es tan difícil abrirse paso, donde él sufrió y a veces desesperó; que las embarcaciones a vapor remontarán el río hoy desierto; y que, ¿quién lo sabe?, se elevará tal vez una ciudad en el fondo del ancón solitario en el que se acaba de preparar el campamento del anochecer. En una expedición de este tipo, el azar desempeña por fuerza un gran papel, y obstáculos imprevistos me obligaron más de una vez a modificar mi itinerario. En un comienzo me había propuesto partir de las mesetas del Ecuador y bajar a la cuenca del Amazonas siguiendo el valle del río Pastaza. Este gran río aún no ha sido en absoluto explorado de una manera completa, como los demás cursos de agua de la misma vertiente: el Morona, el Isa, el Tigre, el Napo, el Yapurá, sucesivamente visitados por Osculati, Crevaux, Orton, Simpson, Wiener, etc. De ahí mi deseo de tomar esta vía. Por desgracia, el volcán Tunguragua, que domina precisamente las fuentes del Pastaza, y cuya última erupción se remontaba a 1797, se había reanimado de pronto unas semanas solamente antes de mi llegada (enero de 1886). Toda la región circunvecina, en un radio de treinta leguas, había sufrido más o menos por ello. La emoción suscitada por el desastre en las poblaciones de gestiones infructuosas, debí renunciar a organizar la expedición en este sentido, y me hizo tomar la decisión de intentar la travesía del continente tomando como punto de partida la costa peruana. El orden en que se presentan estas notas testimonia estos bruscos cambios de dirección impuestos por las circunstancias. Corresponde, por lo demás, a las grandes divisiones del país: la costa, muchas veces descrita, la Cordillera, y, en fin, la región amazónica. Permítaseme, al principio de este libro, consagrar un recuerdo a aquellos cuyas simpatías me ayudaron en mi azarosa ruta. Están lejos. Muchos de ellos no podrían descifrar estas líneas, y tengo escasas posibilidades de volverlos a ver. Pero si alguna vez alguna de estas páginas llega más allá de los mares, quisiera que fuese portadora de la expresión de mi gratitud a los amigos dejados en las tierras peruanas, cuya hospitalidad me fue tan grata. La he recibido por doquiera, en la costa como en la sierra, en la hacienda rica o en la modesta, en casa del humilde sacerdote, en la tienda del comerciante, en la cabaña de tapia del pobre cholo. No pueden dejar de tener derecho a mi reconocimiento los compañeros reclutados en el fondo de los bosques, a lo largo de los ríos. Si más de una vez su carácter sombrío, su indolencia, pusieron a ruda prueba mi paciencia, yo no podría, por tan poco, guardar rencor a estos niños grandes, que no conocen el precio de las horas. En muchas ocasiones sus errores fueron recompensados por una docilidad, una confianza ingenua, una energía pronta a todos los sacrificios. Cualesquiera que sean su raza, su color y su lengua, que Dios los conserve, a esos amigos de una hora, a quienes debo haber olvidado por momentos la distancia en que me encontraba de los míos, los obstáculos acumulados, el porvenir sombrío —¡a quienes más de una vez debí la vida!—. M. M
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De Los Andes Hasta Para: Ecuador - Peru - Amazonas
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Des andes au Para, Equateur, Pérou, Amazone
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por Marcel Monnier; dibujos de G. Profit según los esbozos y fotografías del autor; traducción al español por Edgardo Rivera Martínez
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Gonzales Copa, Eulalio
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Institut français d'études andines, Banco Central de Reserva del Perú
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Instituto Franc?es De Estudios Andinos
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OpenEdition Press
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Travaux de l'Institut français d'études andines -- t. 191, 1ra ed., Lima, Peru, 2005
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Travaux de l'Institut Français d'Ètudes Andines, 191, 1. ed, Lima, 2005
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France, France
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2005-02-15
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Peru, Peru
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2013
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